lunes, 25 de enero de 2010


La huella de Lucrezia Crivelli
23 Enero 10 - Nueva York - Marta Torres

¿Es o no de Leonardo da Vinci? Desde hace 80 años se debate sobre la autoría de esta misteriosa pintura en la que se cree puede estar la huella del pintor. Después de muchos intentos, sus dueños la subastan el próximo día 29 en Nueva York

Qué secreto esconde «La belle ferronnière» de los Hahn? Quizá, sólo quizá, sea un cuadro pintado por Leonardo da Vinci. Quizá, sólo quizá, la mujer retratada sea Lucrezia Crivelli, amante de Ludovico Sforza, duque de Milán. Quizá, sólo quizá, la mujer que se lo regaló a la pareja fuese una aristócrata francesa. Así empieza la historia de este cuadro a la que nadie le ha puesto punto y final, como si fuera un juego de intrigas y conspiraciones.

Las mismas que llevaron a su dueña, Andrée Hahn, una francesa casada con un estadounidense, a presentar, según se recoge en un artículo de «The New York Times» del 21 de noviembre de 1921, como prueba para demostrar su autoría la supuesta huella dactilar de un dedo pulgar de Leonardo da Vinci. La polémica sobre esta obra ha dado de sí largas discusiones académicas, pero también mundanas, acaparando portadas desde que el litigio llegó al Tribunal Supremo de Nueva York a finales de los 20, ya que el juicio se prolongó durante años.

El historiador de arte John Brewer, autor de «The American Leonardo», obra básica para comprender este enredo, reconoce que las pruebas científicas «son métodos muy buenos para demostrar que una obra no es de alguien». «Los primeros casos criminales en los que se utilizan las huellas dactilares como prueba se remontan a 1905. De todas formas, el que se encuentren las de alguien en la escena del crimen no le convierten en culpable», añade, y recuerda que es un ferviente defensor del «ojo» para autentificar cuadros, junto con documentación y certificados.

El comisario jefe de Pintura del J. Paul Getty Museum de California, Scott Schaefer, que examinó el cuadro el pasado año a petición de su actual propietaria, la hija de los Hahn, Jacqueline, reconoce que «no tengo ni idea de quién ha pintado esta obra, pero la calidad es mucho más alta de lo que esperaba. No es una copia, sino una interpretación del que hay en el Louvre. Nadie que vea los dos cuadros juntos puede confundirlos», destaca el experto.

Noticia bomba

Cuando una joven pareja de recién casados llamados Harry y Andrée Hahn llegó, en 1919, a Kansas City, establecieron un negocio de venta de coches, pero estaban obsesionados con vender un cuadro. La madrina de Andrée, Louise de Montaut, les había regalado para su boda un Leonardo da Vinci, «La belle ferronnière». Los dos jóvenes no eran grandes expertos en arte, pero sí sabían lo suficiente como para estar seguros de que podían sacar un buen dinero.

Haciendo caso a algunos coleccionistas, Harry recurrió a la oficina de unos famosos marchantes de arte, la de los hermanos Duveen de Nueva York. Tras notificarle por carta la joya que tenían en su poder, éstos le respondieron rutinariamente pidiéndole documentación que demostrase que la pintura era auténtica.

Sus intentos de venta no funcionaron en Nueva York y probaron suerte en el Medioeste. Los Hahn conocieron a Conrad Hug, un comerciante alemán de arte que había emigrado a Omaha (Nebraska), que tenía grandes ambiciones para Kansas City. Fue él el que se puso en contacto con el Instituto de Arte de Kansas, una escuela con una pequeña colección. El precio acordado de la venta ha sido materia de discusión, pero Hug recordaba que se habló aproximadamente de 225.000 dólares.

Todo cambió cuando Joseph Duveen recibió una llamada de teléfono a la una de la madrugada de un periodista de «New York World» para preguntarle por la obra. Casi dormido, Duveen, que no había visto el cuadro, le dijo que era falso. Entonces, los Hahn decidieron demandarle por 500.000 dólares por boicotear una venta que, según ellos, estaba prácticamente cerrada.

Ahí empezó la batalla: la pareja se vio envuelta en un juicio de gran impacto mediático alimentado por todos los expertos que había llamado Duveen para declarar en su contra. Todos ellos estaban más preocupados por su reputación y por cómo este cuadro de Leonardo podía afectar al mercado del arte que por hallar la verdad, algo que se está repitiendo estos días, desde que se anunció su subasta.

Los Hahn defendieron que «La belle ferronnière» era de Leonardo y la pieza del Louvre era una copia. Duveen no sólo se jugaba su reputación. Si perdía, debía pagar a los Hahn la cifra de medio millón de dólares. Durante los años siguientes, el cuadro viajó sin parar para ser examinado. Nueva York, París, Londres, Los Ángeles, Kansas... Incluso llegó hasta el Louvre y la National Gallery. El juicio recibió amplia cobertura en «The New York Times», que siempre escribió a favor de Duveen.

Durante los años que se prolongó el proceso, ambas partes sufrieron diferentes reveses. Incluso un testigo declaró que el Instituto de Arte de Kansas nunca cerró la venta. Un portavoz del mismo centro ha declarado a este periódico que «no tenemos ningún tipo de información sobre este cuadro en nuestros archivos».

«La razón de la controversia tiene que ver con la fama del artista. Para mucha gente, Leonardo es ese maestro con quien se compara a todos los demás. Por eso, traer un nuevo o desconocido cuadro al canon de trabajos existentes siempre conllevará gran controversia», confiesa Scott Schaefer, del Getty Museum.

Una conclusión imposible
En 1929, el juez emplazó al jurado en fallar en contra de Duveen si estaban convencidos de que la pieza había sido pintada por Leonardo. Pero, después de catorce horas de deliberación, reconocieron que eran incapaces de llegar a una conclusión. Duveen solicitó que se sobreseyese el caso, pero el juez estableció que habían suficientes pruebas para alcanzar un veredicto. En la primavera de 1930, Duveen cerró un acuerdo con los Hahn, a los que compensó con 60.000 dólares. Judicialmente era, por lo tanto, un Leonardo.

El próximo 28 de enero, más de ochenta años después, parece que por fin se va a vender este cuadro. Sotheby’s lo ha incluido en su subasta de Viejos Maestros. Según se puede leer en su catálogo, atribuye la obra a «un estudioso de Leonardo da Vinci» y la data «probablemente antes de 1750», aunque en sus notas de prensa también alimenta la especulación al admitir que «se cree que puede ser de Leonardo o de uno de sus pupilos». En cambio, George Watcher, experto en Pintura Antigua de Sotheby’s, destaca a LA RAZÓN de forma tajante que «no es un cuadro de Leonardo, aunque es de gran calidad. Yo diría que es del siglo XVII o del XVIII. Pero, quien quiera que fuese su autor sin duda era un pintor muy bueno».

Su estimación se ha establecido entre 300.000 y 500.000 dólares. Pero, de nuevo, los expertos han vuelto al juego de misterios e intrigas con la especulación de que «quizá», como siempre en todo lo que rodea a este cuadro, podría alcanzar una cifra muy superior a la estimación más alta de la casa de subastas.

http://www.larazon.es/noticia/4074-la-huella-de-lucrezia-crivelli


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